DERECHOS Y HUMANOS
José Steinsleger
El imaginario vulgar asocia los términos fascista” y “nazi” a la violencia, y a lo que fueron en Italia y Alemania: masas exultantes frente a líderes que golpeaban marcialmente los talones haciendo el saludo romano, antorchas iluminando cruces gamadas, monumentalismo arquitectónico y escultórico, los campos de exterminio en Europa Central, y la “guerra relámpago” (blitzkrieg), táctica de combate inventada por el oficial inglés Lidell Hart en la Primera Guerra Mundial.
El fascismo y su exégesis, el nazismo, estimularon la pasión y el sentimiento de pueblos enteros. Pero desde mucho antes de sus formas partidarias, se nutrió de un heterogéneo movimiento intelectual de pensadores, poetas y activistas sociales, convencidos de que el siglo XX anunciaba la era del instinto, donde lo sustancial era el “uno mismo”, la vida en sí misma, la voluntad, las fuerzas telúricas, el “genio de la raza”, la mística. Razón de la sinrazón, el fascismo omite cualquier razonamiento lógico o estructurado.
Época en que el marxismo clásico vivía su clímax, mientras la flor y nata del positivismo (de gran influencia en América Latina) valoraba el “racismo científico” con seriedad. La carnicería de la Primera Guerra Mundial y su secuela de desastres económicos y miseria dieron vuelo a las ideas irracionalistas del creer y no pensar, obrar y no reflexionar, obedecer y no discutir, síntesis del evangelio fascista.
Nada quedó en pie. Todos los valores fueron literalmente arrasados por la demagogia y el chovinismo, el culto de la violencia, el belicismo, la concepción totalitaria del Estado, la idea de progreso, la destrucción por dentro y por fuera de los movimientos progresistas. En 1919, Mussolini defendía a los trabajadores en el importante diario socialista Avanti, y el cabo Hitler iniciaba su carrera política como soplón del Ejército en el pequeño Partido Obrero Alemán. Diez años después, eran los máximos líderes democráticos de Europa. O sea: elegidos.
Nacionalismo de vencidos, el fascismo exaltaba el rol del Estado, y el nazismo los designios de la raza superior. Sin embargo, la prédica de ambos contra el capitalismo y el socialismo fue piadosamente tolerada por las democracias occidentales, y las Iglesias católica y protestantes interesadas en conjurar las “influencias judías”.
Con grados de intensidad, el fascismo prendió en Europa y el mundo. A más del Ku Klux Klan (organización racista estadunidense fundada en 1865 que llegó a tener 4 millones de adherentes), Mussolini recibió el saludo de un célebre amigo de la botella: “Si yo fuese italiano – dijo Sir Winston Churchill– estoy seguro de que lo habría apoyado de principio a fin en su victoriosa batalla contra los bestiales apetitos del leninismo”.
La revolución rusa escapó al vértigo del fascismo. No obstante, en el sexto Congreso del Partido Comunista (1928), Stalin concluyó que la socialdemocracia era “la otra cara del fascismo”, y se sacó de la manga el término “socialfascismo”. Un año antes, en el Congreso Antimperialista de Bruselas, frente a los planteos nacionales de los comunistas latinoamericanos, el argentino Vittorio Codovilla, miembro del buró de la III Internacional, dijo: “Que perezcan por último, estos veinte pueblecitos, con tal que se salve la revolución rusa… A un comunista no le interesa sino la campaña de la III Internacional, aunque para sostenerla se sacrifiquen quince países”. Receptivo, El Machete Ilegal (órgano del Partido Comunista de México) encabezó en junio de 1930 su primera plana con un titular desconcertante: La traición de Augusto C. Sandino. “El guerrillero nicaragüense, al aliarse al gobierno contrarrevolucionario de México, se ha convertido en instrumento del imperialismo yanqui.”
La III Internacional despreció sistemáticamente la historia y las realidades de América Latina. Y cuando el fascismo era un término desconocido, Chile ya contaba con la Liga Patriótica (1911), homóloga de la que en Argentina apoyaban los sectores ultramontanos del Ejército y la Iglesia, y reconocidos intelectuales que contribuyeron al derrocamiento del gobierno democrático de Hipólito Irigoyen (1930).
En Brasil, tras el golpe militar de Getulio Vargas (1930), apareció Acción Integralista; en Colombia, Los Leopardos (inspirados en el falangismo, versión cívico clerical del fascismo español); surgieron del Partido Conservador; Bolivia tuvo su Falange Socialista (1937), y México la Unión Nacional Sinarquista, que atacaba al gobierno de Lázaro Cárdenas, guardando posiciones ambivalentes frente a la revolución. Estas organizaciones copiaban los rituales y símbolos del fascismo. Pero ninguna fue apoyada por las masas y, con los años, se diluyeron en los partidos derechistas.
El nazismo y el fascismo fueron las ideologías derrotadas en la Segunda Guerra Mundial. Empero, entre los exégetas de la democracia “sin adjetivos” y la izquierda liberal, los términos “nazi” y “fascista”, arreglados a fines (razón instrumental), suelen ser los de más uso y abuso.