27 noviembre 2006

Anteúltimo martes

Mañana será, nuevamente, martes. Pero no será un martes común y corriente. Será el anteúltimo martes antes del apocalipsis. Sí. El martes 5 de diciembre, termina el primer año de Urticultura.
Pero esta semana, comienza la despedida. Porque nos reservamos una sorpresa para la última emisión. Por razones obvias, ese no será un programa más.
Por lo tanto, esta es LA ÚLTIMA POSIBILIDAD que tenés de escucharnos en nuestro formato tradicional (¿?). Si nos escuchas siempre, no te lo pierdas. Si nos escuchas de vez en cuando, tampoco. Si nunca nos escuchaste, menos que menos. Y si no lees este blog y por eso no lees este post y por eso no nos vas a escuchar ANDATE A LA PUTA MADRE QUE TE PARiÓ.

URTICULTURA martes 23 hs. (repite domingos a las 16 hs) Frecuencia Zero fm 92.5 ó www.frecuenciazero.com.ar
Urticultura... un espacio en el que, entre todos, decidimos qué carajo es la cultura

22 noviembre 2006

Acerca de los niños

Niños, niños. Luego de las mujeres, la especie humana que más alterna entre nuestro amor y nuestro odio son los niños.
Esos niños que al nacer ya nos dan una alegría inmensa por haber nacido “sanitos”, pero a la vez un intenso asco por llegar a este mundo impregnados de viscosos fluídos corporales.
Esos niños que nos llenan los ojos de lágrimas cuando aprenden a decir “papá” (ya que son incapaces de aprender palabras tan nobles como “Benicio”, “Cachi”, “Menéndez”, “Ariza” o “Grandinucci”), pero al mismo tiempo y a veces en el mismo momento, inspiran nuestra más profunda repulsión arrojando sus desechos dentro del pañal.
Una gran frase de nuestro más afamado intelectual, Borge Jucay, nos dice: “Los niños de hoy no son los de antes... son sus hijos”. Pero, ¿En qué se diferencian?
En primer lugar, en su temprana culturización. Los hoy padres crecieron viendo programas en los que grandes actores se desempeñaban como “Piluso y coquito”, “Bonanza”, una gran telecomedia para la familia rural, al igual que “La familia Ingalls”, o más cerca en el tiempo “Carozo y Narizota”, cuyos protagonistas hoy en día se dedican al periodismo de investigación.
Mientras tanto, los hoy hijos, crecen viendo programas como “Barney”, un dinosaurio violeta que hipnotiza con sus canciones (no confundir con el noble amigo del doctor Grondona), “Los teletubbies”, cuatro amigos imbéciles que no saben hablar pero ya viven en una pseudo comunidad hippie-gay; “Jay-Jay, el avioncito”, un aeroplano totalmente improductivo en el que no hay “bussiness class”, y otros tantos programas que no desarrollan ningún hábito más en los niños que el decir estupideces constantemente.
Eso explica por qué nuestros hijos al hacerse señoritas y señoritos continúan hablando imbecilidades y fantaseando con una integración de la izquierda en América Latina, con la defensa de los derechos humanos, con la derogación de las leyes de obediencia debida y punto final y cosas aún peores, como mi hijo, que llegó al límite de preguntarme si era correcto desalojar a los mapuches de mis campos. Nuestra niñez está perdida.

Benicio "Cachi" Menéndez Ariza Grandinucci

18 noviembre 2006

¡Dios Santo!

Es necesario que desde este espacio que hemos dado en llamar urticultura nos ocupemos de la indignación.
Indignación señores, que no es simplemente enojo, bronca o desplante, ¡es indignación!, así nomás... ¡Indígnese!
Estire el cuello, frunza la boca, eleve sus ojos al cielo y a continuación, indígnese.
La indignación es una actitud civilizada, propia de ciudadanos decentes. No es la torpe protesta a los gritos, ni la calculada indiferencia de los mediocres. La indignación, señores, nos permite a nosotros, hombres y mujeres de mundo, mostrar nuestra frustración, pero sin caer en la vulgaridad.
Y guay de aquellos a los que increpamos señalándoles sus torpezas o faltas de tacto.

Ejemplo 1: Ud. concurre a ingerir una bebida refrescante en una cafetería, y en la mesa elegida tiene una brizna de polvo en la superficie ¡Ahhhhhhhhhhhh, horror! Una típica actitud de esa gentuza que debería servirnos con precisión y eficiencia, pero no, en cambio tenemos una mesa sucia. Contemple al mozo con indisimulada bronca y oblíguelo a que deje impecable su mesa ¡Habrase visto!

Ejemplo 2: Ud. camina por la vereda y de repente una manifestación de gente incivil le impide llegar al lugar habitual de reunión. ¡Indígnese señor! Esos espantosos individuos lo someten a la incómoda tarea de desviarse dos calles y así alteran sus costumbre, su estilo de vida. El derecho a circular está garantizado por la constitución ¡Indígnese! Hágale saber al mundo que está enojado. Pero ojo, más dé un espectáculo, un indigno espectáculo, mantenga las formas. Recuerde: el orden social y la armonía por encina de todo. Recuerde, insisto, que para indignarse debe ser un caballero, una dama ¡Nunca jamás como esos desagradables sujetos que protestan, por ejemplo por no tener trabajo! ¿Qué va a pensar el mundo de nosotros? Ay, me horrorizo de sólo pensarlo... me indigno. ¡No trabajan porque no quieren! Y no los discrimino, porque en Argentina no somos racistas, entiende? Somos derechos y humanos, respetuosos y educados y sobre todo, somos personas de bien. No como esos vagos que inundan nuestras calles.

09 noviembre 2006

La evolución

Como en Urticultura somos muy bichos, muy pícaros, muy pero muy inteligentes, hemos decidido demostrarlo. Por lo tanto hoy nos vamos a ocupar del lenguaje, de ese lenguaje que nos envuelve como el celofán a los alfajores artesanales. El lenguaje, ah, el lenguaje. Con nuestra habitual sabiduría hemos reflexionado sobre una serie de expresiones que son, creo, una evidencia de la visita de una raza superior, cuyas habilidades les permite viajar en el tiempo. Si si, ya sé, Ud. está diciendo: “Qué le pasó a ese señor que ya está borracho” o “Está abusando de la lectura de las obras completas del filósofo Fabio Zerpa”, pero no, lo nuestro es pura evidencia empírica. Vamos a las pruebas: viene una señorita caminando, charlando por esos aparatitos llamados celulares (¿Por qué celulares?, ese es tema para otra charla) y la fémina dice: “Me dijo que venga”. Cualquier persona tomaría el comentario a la ligera, señalando quizás, que en esa frase hay una mala construcción sintáctica: ¡qué bruta!, debería haber dicho: “Me dijo que viniera”, porque el tiempo verbal debe coincidir y si dice “dijo”, no es “venga”sino “viniera”, porque el pasado no puede ser presente y no se pueden mezclar impunemente. Pero, como siempre, hay que sospechar de lo evidente. Esa señorita quizás no es sólo una joven con un vocabulario en bancarrota. No. Quizás estemos ante la evidencia de una nueva evolución del género humano. Un eslabón más, un ladrillo genético superior. Un salto cualitativo de la especie: individuos con la capacidad de viajes en el tiempo.
“Me dijo que venga” expresa posiblemente un hecho increíble, una prueba de esa pasmosa habilidad: realmente quizás, es probable, que la señorita haya conjugado en un solo momento pasado y presente, confundiéndolos en un único espacio compartido y la construcción verbal refleja solamente su propia percepción del tiempo alterada por esa capacidad nueva que necesariamente trastoca el lenguaje. “Me dijo que venga” expresa quizás este hecho único, la capacidad de ir y volver a voluntad del pasado al presente, del futuro al pasado, de, bueno, de ahí a ahí.
Así que cuando Ud. vuelva a escuchar “Me dijo que venga” o “Le pidió que la traiga” o “Me pidió que le diga”, no crea que está frente a sujetos cuasi analfabetos. No. Es posible que Ud. sea testigo del nacimiento de una nueva frase de evolución darwiniana. Y cuídese, recuerde que sobrevive el más fuerte.

02 noviembre 2006

La educasión

En este momento de profunda y acertada reflexión, me dispondré a analizar la actualidad de una institución social que hoy en día se encuentra inmersa en la crisis total. Estoy hablando de la educación.

Es esa educación primordial, la que nos distingue de las plantas, de los animales y, por supuesto, de la chusma. Hablamos de lo que cotidianamente denominamos como “buena educación”. Dejar el asiento a una anciana o un minusválido en algún transporte público, ayudar a dichas simpáticas viejecitas a cruzar la calle, taparse la boca al bostezar, o guardarse para sí mismo las flatulencias, son claras evidencias de la buena educación de la que hablo. Asimismo llamamos apropiadamente, “mala educación” a aquellas conductas que no se correspondan con las antes citadas o presenten un tinte similar.

Estas actitudes que se aprenden en el seno... sepan disculpar, en el interior de la familia, corresponden a la categoría de las buenas costumbres, y nos van moldeando no para la vida ordinaria y vulgar sino para la vida formal. No confudir lo que digo con la denominada “educación formal”: dícese de aquello que el Estado (en un rol sobreprotector) brinda al populacho, diciéndole que se enseña aquello necesario para la vida en nuestro mundo, y le hace creer que aún tienen posibilidades de ascenso social y que existe una salida para el pozo en el que viven.

El hablar de la educación formal, me lleva a lo que he designado como “educación uniformal”, o “uniformada”. Es aquella que va formando a las Fuerzas Armadas, nuestros queridos defensores de los intereses de la patria. Dichos intereses que son los nuestros, los de la parte más culta y sana de la sociedad, y que por tanto son funcionales a los intereses de aquellos que marcan tendencia en este mundo que está, gracias a Dios, globalizado.

No es mi intención que en esta disertación, usted intercambie términos, y termine confundiendo lo que denominé “educación uniformal” con “educación uniforme”, que habla de una educación igualitaria, que no marque las diferencias de clase, alcurnia, estatus, o poder económico. Puajjjj, suena a utópico y..... ZURDOSO. Simplemente, hablar de eso me parece de mal gusto, y de mala educación, lo que me devuelve a mi punto de partida.

Retomando, es esta educación la columna vertebral de la civilización occidental y cristiana de la cual estamos orgullosos de ser parte. Pero se encuentra en franco peligro, producto de una juventud malcriada que no solo ha perdido respeto por todos los valores que esta civilización profesa, sino que comienza a cuestionar acerca de situaciones básicas que hacen a la convivencia misma, como es el ejemplo de por qué reprimir a manifestantes que se dedican a provocar desmanes y ejercer la violencia contra propiedades públicas y privadas.

La educación, la sociedad, y nuestro estilo de vida mismo peligra y es nuestro deber como intelectuales responsables anunciarlo.