18 septiembre 2007

No sabemos

Hace un año que desapareció Jorge Julio López. Es bueno reflexionar sobre la categoría de Desaparecido. La Desaparición Forzada de una persona es definida es éstos términos:
Art. II. Para los efectos de la presente Convención, se considera desaparición forzada la privación de la libertad a una o más personas, cualquiera que fuere su forma, cometida por agentes del Estado o por personas o grupos de personas que actúen con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la falta de información o de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o de informar sobre el paradero de la persona, con lo cual se impide el ejercicio de los recursos legales y de las garantías procesales pertinentes. (Convención Interamericana dobre Desaparición Forzada de Personas, 9 de junio de 1994.)

En el caso de Julio López, y ateniéndonos al concepto citado, vemos que Julio es un Desaparecido, pero no sabemos si es una Desaparición Forzada o no. La desaparición no dejó rastro alguno que permita señalar con algún grado de certeza quiénes fueron los responsables.
No lo sabemos.
Sólo hay sospechas basadas en la particular situación en que se registró la desaparición de Julio. En el marco del juicio a Miguel Etchecolatz, López fue un testigo clave, cuyos dichos tuvieron un peso jurídico fundamental a la hora de la condena. Cuando desapareció, ya había declarado: podemos inferir entonces que los responsables no tenían como objetivo silenciarlo. Sabían que la suerte de Etchecolatz estaba echada. El objetivo era y es otro: intimidar.
Pero no lo sabemos.
En este caso no es posible señalar al Estado como responsable, o al menos, no a todo el Estado. Aunque se duda de determinados sectores de las Fuerzas de Seguridad, dada su cercanía ideológica con Etchecolatz y en general, una tendencia a la defensa corporativa de cada uno de sus integrantes. Mucho más en el caso de efectivos que participaron en los cuadros represivos de la última Dictadura. De lo que se deduce que, algunos grupos al interior de la Policía, fuerza en la que revistaba Etchecolatz, pudieron haber hecho desaparecer a López.
Pero no lo sabemos.
Refuerza ésta hipótesis el hecho de que la pesquisa sea puesta en duda por los familiares de López, que han declarado que la investigación es de dudosa rigurosidad. Arriesgan que esta deficiencia se debe á la afinidad de la fuerza con el posible instigador de la desaparición: el propio Etchecolatz.
Pero no lo sabemos.
También se señala que el Gobierno no fue lo suficientemente enérgico a la hora de buscar a Julio López y encontrar a los responsables de su desaparición (incluso se barajó la hipótesis de que López había huido presa de una tensión emocional insoportable). La crítica está concentrada en la estrategia de poner a buscar a Julio López a la misma fuerza sospechada de desaparecerlo. El zorro a cuidar las gallinas.
Pero no lo sabemos.
No lo sabemos.
No lo sabemos.
No lo sabemos.
Sólo conjeturas, miradas de soslayo. Y miedo. No de todos, porque gran parte de la sociedad argentina sigue sosteniendo “-Yo no hice nada, no me meto en nada, no tengo la culpa de nada”. Y actúa en consonancia. O sea, manifestando supina indiferencia.
Sostengo que ése miedo es el objetivo último de la desaparición de Julio López. Crear miedo, alimentarlo y usarlo como herramienta para desactivar la búsqueda de justicia.
Lo sospecho. Pero tampoco lo se.
Como casi todos. Como gran parte de nosotros. No lo se.
Lo único cierto es que hace un año Julio López desapareció. Lo único cierto es que hoy marcharemos a Plaza de Mayo pidiendo su aparición con vida (aunque el tiempo diluye esa esperanza).
Lo único cierto es que volvemos una y otra vez a la Plaza a pedir por nuestros desaparecidos, por nuestros muertos.
Lo único cierto es que los desaparecidos y los muertos, surgen de nuestras filas. Como Julio López. Que desde hace un año vuelve a ser uno de ellos. Desaparecido dos veces.
Una de sus desapariciones dejó de ser una incógnita. La segunda no.
No sabemos.
Y esa ignorancia, ese vacío impotente aprieta la garganta como una garra invisible.
El espejo se multiplica a si mismo
Una y otra vez. No hay silueta alguna
Recortada contra la penumbra del cuarto.
Una cama tendida, el reloj despertador mudo
Y el armario con la puerta cerrada,
Como predicados de un sujeto ausente.
Una oración detenida en el acto mismo de vivir.

¡AHORA, AHORA, RESULTA INDISPENSABLE, APARICIÓN CON VIDA Y CASTIGO A LOS CULPABLES!!!
Marcelo Daniel Fernández

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