20 noviembre 2007

Postales del Primer Mundo...

Once

Ahí afuera el mundo es inalcanzable, ese caracol llamado universo que retuerce la cola hasta tocarse el hocico húmedo de noche, de frío, de puta realidad irrevocable.
Ahí, en medio de los cartones con olor a orin y vino barato, ahí, frente a la orgullosa entrada del Colegio San José, detrás de esos precarios tablones coronados con plástico, un hombre y su perro han construido un fuerte. Las improvisadas paredes defienden sus vidas del monstruo impiadoso que intenta devorarlos: esa ciudad indiferente que abre sus fauces sobre ellos procurando borrar todo rastro de sus errores.
Observan, el hombre y su perro, la fila frondosa de promesantes que esperan el turno para dejar la ofrenda frente al Santo de la Iglesia vecina. Ubicuos cristianos que empuñan velas verdes y rojas con las que pretenden empujar la voluntad divina en una u otra dirección. No miran al hombre y al perro.
El policía de la esquina charla con los cargadores que trasladan bultos hacia los locales en medio de la selva del Once. Camina hasta el castillo. Golpea con el bastón el techo de cartón laminado:
“-¿A que hora nos vamos papi?”-pregunta ordenando el policía.
Lentamente el hombre se pone de pie y enrolla una manta pringosa, el perro sacude las pulgas que notoriamente lo incomodan. El castillo desaparece frente a la vista de los promesantes. Ahora es un pequeño bulto que el hombre carga en bandolera.
El policía vigila la partida. El hombre y el perro caminan por la vereda en dirección a Callao. Arrastran los piés.
El policía retorna a su charla y dice en voz alta: “-Qué viejo de mierda…”, mientras sus ocasionales contertulios ríen a carcajadas.
Marcelo Fernandez

1 comentario:

Anónimo dijo...

tan triste

tan cotidiano